sábado, 29 de diciembre de 2012

Normalmente y al contrario que en las películas, los acontecimientos más importantes de nuestras vidas no llevan banda sonora. No hay orquestas con violines cuando nos enamoramos. No hay canciones de los Beatles cuando uno abandona Londres en el expreso de Hogwarts para marcharse al colegio por primera vez. No se escucha Puccinni cuando recibes una buena noticia, ni a Wagner cuando cae una tormenta atronadora. La vida no funciona así. Con orquestas a nuestras órdenes y los Beatles preparados para sacar las guitarras cuando nos viene bien. La vida es desconcierto y cuando hace sonar su música, casi nunca es la canción que queremos escuchar. Vamos desacompasados, mudos o gritando. Casi siempre sin coro. A veces tarareando. Normalmente solos. La vida es así y a veces hace gloriosas excepciones.

Cuando Lily Evans, prefecta de Gryffindor besa a James Potter, que lleva seis años persiguiéndola, es víspera de navidad. El salón está bailando con ellos, atrapado entre pompas de jabón que estallan y dejan rastros de luz azulada. Hay un piano para ponerle música y un techo mágico que deja que se vea el cielo nocturno. Un magnífico anochecer de diciembre. Cielo raso, tachonado de estrellas temblorosas, estriado por el paso fugaz de los meteoritos. Cuando llega el momento para el que James siente que todo ha sido un preludio, sí, hay música, como debería haberla siempre en la vida.

Y no, no oye ni una sola nota.

Porque Lily le está besando. Labios mullidos y carnosos, suave movimiento de la lengua dentro de su boca. Un suspiro entrecortado y luego nada, excepto profundidad y ganas de morirse ahogado. La atrae contra sí mismo, girando, besando, pensando Lily. Pensando Lily y nada más. Abrazando, tocando, besando con una mano tras su nuca, enredada en una melena pelirroja. Sintiendo que eso, ese momento que cristalizará en las páginas del tiempo con música de piano, hace de su vida un logro extraordinario. Porque ha besado y ha sido besado por Lily y nada, ni la muerte, podrá arrebatarle esa victoria de la vida sobre sus peores enemigos.

Nada.

No importa lo que escriban las crónicas sobre James Potter y Lily Evans. Cualquiera que les vea en ese momento, todos los que les miran en el gran comedor y murmuran sobre ellos saben y sabrán siempre la verdad. Que la suya es la historia de dos personas que se encuentran y al menos durante un momento, se tienen. Ese momento les hace inmortales. Porque una vida que ha sido digna de ser vivida, no importa cuán corta, no importa cuán breve, nunca es una tragedia.

 Jamás.

Nota: No es mío. :3

No hay comentarios:

Publicar un comentario